Es difícil reconocer donde termina la realidad de una escena que parece huir de cualquier imaginación. Ese cuerpecillo está allí, violando todas las leyes naturales que creías infranqueables. Y de repente, mientras intentas pensar que todo aquello es real, que ese cuerpecillo está a dos metros de tu mirada, recuerdas aquella sesión de magia que viviste meses atrás. Reconoces aquella sonrisa, la misma que diseñabas cuando aquel mago oriental jugaba con tu imaginación.